martes, enero 05, 2010

UN ACTO DE FE

Tengo ganas de hablarles por lo menos desde mayo pasado de la fe. No entiendo por qué pero hoy voy a escribir sobre ella. La fe es esa creencia ciega en algo. En un Dios, en varios dioses, en Diego Armando "váyanse a la mierda" Maradona, en la familia, en los amigos, en la pareja, en el equipo (sean los leones del Caracas, el Real Madrid, o los Medias Rojas de Boston) Y es que, aunque estés más jodido que Hector Lavoe en la canción aquella “El día de mi suerte”, la fe es lo único que no se pierde. Siempre tienes la esperanza ciega, y por lo general no basada en hechos concretos, de que la cosa cambie de la noche en la mañana y ya no estés más jodido.

La historia está llena de estos “actos de fe”: quien se para en una cornisa con la fe de que alguien abajo le va a gritar “no lo hagas”; quien va a un examen sin haber estudiado nada con la fe de que su cerebro se acordará de todo lo que vio en la clase –en la cual, por cierto, no prestó atención; Quien deja a la pareja con la fe de que esta no lo mandará a la mierda, sino que por el contrario correrá para pedirle que se quede; quien cree que la pareja que le maltrata, desde mañana, no lo hará más; mi esposa quien jura que algún día vendrá Ricky Martín a pedirle que se mude con él a “Pueltorrico”. Sin estos actos de fe, y otros aun más increíbles, la humanidad no hubiese llegado a lo que es. Para muestra un botón, quizás el mayor acto de fe del hombre, del factor masculino de la especie: La paternidad.

El ser padre es un acto de fe. No hay hombre en este mundo que pueda tener la certeza, a priori, de que el vástago que viene en la barriga de su compañera (mujer, novia, esposa) es suyo. Por eso es que existe un sabio refrán judío que reza “el hijo de mi hija mi nieto es, el de mi hijo, no lo sé”. Este refrán puede patearnos en el ego, varonil, viril y masculino, pero vaya, que razón lleva oculta. Quizás sea por eso que se inventó que “padre no es el que engendra sino el que cría” –ja, ilusos-.

En la historia son varios los hijos que han pasado por propios gracias a las gestiones de otros: Cristo, quizá no fue el primero, pero sin duda es el más famoso, por eso es que a José lo nombraron santo. Pero no es el único. ¿Acaso hay pruebas de que los hijos de los famosos sean de ellos, si los de Michael, los de Ricky -jaja-, los de Mark Anthony?.

Cientos, miles, quizás millones de hombres pasan por esto en todo el mundo. No por el cacho consumado en un hijo, no me mal interpreten, si no por la creencia de que el hijo es suyo. La mujer dijo que era de él y entonces lo es. Por su puesto esta regla tiene sus excepciones, aquel incrédulo que le dice a la mujer: “mío, pero que te pasa, si tu y yo solo echamos una “tiradita” y medio borrachos” o “mío, sabrá Dios si eso es verdad”, y otro montón de frases, algunas más hirientes que otras.

Sin embargo entra aquí el factor sorpresa, porque es aquí cuando la naturaleza suele cachetear a los incrédulos y el feto en cuestión, cuando sale de la barriga y se convierte en neonato, resulta ser idéntico a él… una cosa así como si la foto esa de 1 mes de nacido -con la que tu madre suele recibir a cuanta mujer entra en tu casa- tomara vida propia. O el caso del anciano Steve Tyler y su hija Liv, reconocida ya en la adultez al ver el parecidísimo y prominente labio de la susodicha. Por eso, aquí en Venezuela, cuando nos encontramos con este caso, decimos, con una certeza cortante “coño, negaste al muchacho ¿no?”. Y este es el mejor de los casos: Que el pequeño se parezca, un poco, en algo, al padre y entonces se cree la duda en la zoociedad que nos rodea, de que puede ser cierto, eres el padre del muchachito en cuestión

A los crédulos, sin embargo les pasa lo contrario, el peor de los casos, el pequeño se parece a un tío, a un abuelo, a un bisabuelo, a la mamá, al panadero, al lechero, al plomero, o en el caso de Michael, al donante del esperma. Sin embargo esos confiados (o más bien nosotros, hombres de mucha fe) siguen allí con la Fe intacta, como si se tratara de un acólito, de un extremista religioso.

Hoy cumplo 34 años, también cumplo 3 años, 3 meses y 4 días de que asumí mi acto de fe. Es más, a estas alturas del partido, viene otro vástago al mundo, en cualquier momento, hoy, mañana, pasado, pero su llegada es inminente. Es decir, toca dar otra demostración de credulidad. Desde que nació el primero he vivido los mejores 3 años de mi vida, llenos de amor, de orgullo, de sorpresas, de sustos, de risas, de llantos (del bebé porque los hombres no lloramos, déjense de mariconadas) de carreras para el médico, de noches sin dormir, de mañanas madrugadoras, y nunca pensé que esto fuera tan divertido y tan edificante… incluso más que graduarse en la universidad, que las victorias del equipo Leones del Caracas sobre los naufragantes del Magallinas, o que tirarse una rumba de tres días –y por supuesto tirarse a la mujer más endemoniadamente buena de la fiesta-. Como dice el comercial, para todo lo demás existe Master Card.

PD: por cierto este año que se fue, en el mes de mayo, dejó una de las pruebas más grandes de que la paternidad es un acto de fe: el caso de una madre de mellizos (morochos, le decimos en Venezuela) de padres diferentes, imagínense la sorpresa del que había asumido la paternidad de los dos muchachos. Para que se lo recreen (de re-creer y no de re-crear) les dejo los enlances, la nota y para los que les da flojera leer, el video

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