martes, septiembre 22, 2009

MAS FELIZ EL PARAISO

Asunción nació en mil novecientos diecipico en una pequeña isla. A los quince ya estaba casada. Le tocó vivir un país en guerra. Luego un país en dictadura. Luego un continente en guerra.

Sobrevivió a las guerras. Sobrevivió también a la partida de su marido, su cuñado y su hermano hacia Venezuela en busca de mejores sueños, de mejores tierras, de mejores condiciones.

Se quedó sola con dos muchachos. Y luego, con sus dos muchachos agarró un barcó “pa` allá” “pa` no sé donde” con su “mi niño” por delante y su tristeza atrás. Dejó todo lo que conocía y quería porque La Biblia dice “acompañarás a tu esposo allá donde valla”.

Les dijo adiós a hermanos y hermanas, a su padre, a sus amigas, a su trabajo, a los conejos canarios y a las “papitas bonitas”. Y se montó en ese barco, en una travesía de un mes, mareada, vomitando, sin saber nada. Cómo sería su vida. Cómo sería el nuevo país.

Llegó a un puerto bullicioso y ajetreado donde estaban él, su cuñado, y su hermano. Esperando desde hacía tres días el barco que venía de allá. Llegó a un país que también estaba en dictadura.

Recorrió una carreterita sinuosa en un camión, con sus dos muchachos, vomitados ellos, nauseabunda ella, para llegar a una ciudad creciente, que allá en su tierra se veía como ejemplo de modernidad. Se quedó en un barrio que se llamaba “Gato Negro”. A la semana dejó la pensión para ir a la casa que su hermano tenía en “La Bandera” y que terminaría vendiendo porque el tipo de la casa de adelante construyó una platabanda, para que viviera su hijo, su mujer y su nieto neonato, que le quitaba la hermosa vista que tenía de la ciudad “del progreso”

No pasó un mes y ya se habían montado de nuevo en un camión con destino a su nuevo hogar. Siete horas de camino, de nuevo por una carretera sinuosa, que habían construido los presos por órdenes de un dictador que ya había dejado el mundo de los vivos. Un camino de “macadam” que era bordeado por un pequeño tren. El olor del cochino la hizo pensar en el hambre que había dejado atrás, donde había dejados a sus querencias familiares. De nuevo vio a sus muchachos vomitar, debido a las vueltas de la vía. Pasó Los Teques, Tejerías, El Consejo, La Mora.

Esa tarde llegó a La Victoria. Un pequeñísimo pueblo. Pueblo varias veces heroico, se enteraría mas tarde. Pueblo caliente. Arbóreo. Deliciosamente lluvioso. Vio una plaza grande, con una iglesia grande, le dijeron que era la Plaza Ribas y no supo que hacer con ello. Llegó al barrio de “La Otra Banda”, a doscientos metros de otra placita, una mas chiquita, con una iglesia más chiquita, y que todos llamaban la plaza Bolívar.

En una explanada, a las faldas de un cerro, al lado de un enorme Samán, llegó a una vecindad donde le dijeron que viviría por un tiempo. Vio el verde de la “zona tórrida”. Mangos, Calabazas, Mamones, Aguacates, Araguaneyes, Apamates. Acomodó a los muchachos, les limpió el vomito y los metió en la cama. José y María Isabel, que así se llaman, se durmieron en un instante. Y se fue a ver, mientras aún había sol, con su esposo, el que tenía 3 años sin ver, el sitio de su nuevo hogar. Un terrenito que el dueño de las tierras le había regalado.

Inscribió a los muchachos en un colegio de monjas. Cuando no hacía las labores del hogar ayudaba a su esposo cargando tobos de agua para que mezclara el cemento o arrimándole los bloques de adobe para que terminara las paredes. De allí no quiso salir nunca, porque “esa era la casa que había construido su esposo con sus propias manos”.

Allí vio a su hijo José abandonar los estudios, cargar tablas de madera para construir por partes los muebles de los vecinos, montar un pequeño taller que llamó Mueblería España y que con los años sería una pequeña industria de 100 empleados.

Allí vio a María Isabel estudiar en el colegio de monjas, luego la “Escuela Normal” para convertirse en maestra, cargo que perfeccionaría en el Pedagógico de Caracas para convertirse en profesora de Castellano y Literatura.

Allí vio nacer a su tercer retoño: María Mercedes. La vio crecer desde cero. Estudiar y formarse hasta graduarse ingeniero en la recién creada Universidad Simón Bolívar.

Allí recibió y abrazó a sus nietos. Primero a Mari Carmen, José Teogracia y Simón Alberto. Luego a José Miguel y Carlos Manuel. Después José Antonio y Antonio Daniel. Mas tarde, José Gabriel, José Ángel, José Manuel, José Daniel. Les siguieron Daniel Alberto, Isabel Angélica, Luis Alejandro y Diego. Por último José José. A todos los recibió con rosquetes canarios, ponquesitos y galletitas.

Allí vio venir innumerables navidades, cada vez más llenas de regalos para una camada de nietos cada vez más numerosos. Allí vio pasar calurosas semanas santas y carnavales pasados por agua. Le tocó preparar innumerables comidas familiares. Bacalao. Pernil. Venado. Conejo. Lebranche. Hasta pirañas, fueron las protagonistas de su riquísima sazón, siempre ayudada por las papitas arrugadas y los mojitos canarios.

Allí tejió y cosió para todos sus nietos. Y cuando ya estaban mayores, lo hizo para la iglesia, para que siempre los niños pobres de “La Otra Banda” tuviesen que ponerse

Allí le dijo adiós a su esposo, el que había seguido desde Tenerife, a dos nietos, a su hermano, a innumerables vecinos y amigas de la iglesia

Allí vio venir la vejez, que como suele ocurrir, siempre gana y la postró en la cama.

Allí a la edad de 90 y tantos, no sé cuantos, porque a las damas nunca se le pregunta su edad, le abrió los brazos al otro mundo y cruzó. No se nos fue, porque nunca se irá. Estará aquí. Guerrera. Amorosa. Religiosa. Con su “Mi niño” por delante y su alegría por detrás.

Ayer, al lado de la plazita de toros, que desde siempre recuerdo en La Victoria, sus hijos, sus nietos, sus bisnietos e innumerables amigos le dijimos “allá nos vemos”. Prepáranos el camino abuelita y espéranos con rosquetes, con ponqués, con mojitos canarios, con conejo al salmorejo. Eso hará más feliz El Paraíso.

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